Érase una vez un
pequeño bicho bolita, que cuando que se encontraba con el otro, y hablo de
cualquier otro, sea éste, familiar o desconocido; se enrollaba de tal manera
que su cola quedaba enlazada a su cabeza, tanto... tanto... que no podía
distinguirse una de la otra.
Entonces, en esa
posición quedaba absolutamente a merced de cualquiera.
Por lo general ese otro
no era un bicho bolita, era un espécimen alto, corpulento, fuerte, con
borceguíes para aplastar cascarudos, cucarachas y particularmente, bichos
bolita.
Éste era muy
pequeñito, y así dadas las cosas se volvía imperceptible.
Unos decían “hay
miguitas en el piso”, porque lo confundían.
Otros directamente lo
pisaban porque no se daban cuenta de su presencia y si lo alcanzaban a ver,
tampoco le daban importancia a su existencia. Es más, para sentirse fuertes y
competentes, necesitaban de cierto bicho bolita para pulular por al ambiente de
una manera ostentosa.
El bichito se sentía
cada día un poco más bolita cerrada, decía: “qué poca luz que hay aquí”, o
también, “zona de poca palabra, es ésta” y así seguía queja tras queja enumerando
su relación empobrecida con el otro.
Pero un día, se topó
con alguien que lo rescató del último rincón del piso. Éste, tenía un cartel
indicador en la frente que decía me llamo Ana y de apellido Lista.
Este personaje le tiró
agua en el cuerpo, lo hidrató y entonces el Bolita creció un poco, como cuando llueve, que salen todos juntos a
bailar malambo sobre la tierra húmeda, y se hacen un poco más visibles.
Ana-Lista lo interrogó, lo investigó y lo
puso en serios aprietos.
Y le
dijo: ¿Cómo es que usted se queja tanto y dice que es muy chiquitito, pero cuando
no le gusta algo del otro se hace bola que incomoda? ¿Es que usted entonces según
la circunstancia se hace boleadora?
El Bolita quedó dando vueltas como en una
calesita, sin punto de tope, como en un camino sin estación terminal.
Ana-Lista le puso la mano sobre su cabeza y
dijo, STOP!!, utilizando su voz más gruesa. El Bolita paró su marcha de
repente, con sus ojos bien abiertos y casi sin poder emitir sonido, primero
tosió en señal de protesta contra Ana-Lista, y más tarde, cuando le retornó la
tenue vocecita, dijo: tiene usted razón mi señora Ana, pues es que cuando el otro
se mete en mi intimidad de una forma aplastante, saco mi boleadora o me hago
una boleadora y de chiquitito paso a ser bola que arrasa. Claro que cuando eso
hago, quedo todo lastimado.
A continuación, Ana
hizo un silencio que penetró hasta en las paredes de los edificios más gruesos.
Después de ese silencio
ruidoso, el Bolita pensó, “me hago el bolita, y me transformo de vez en cuando
en boleadora, o soy una bolita y me creo una boleadora”, de cualquier manera,
ninguna de esas formas le daba resultado.
Y recordó la indicación
de Ana-Lista que le decía muy seria, “habrá que hacerse cargo de la bola”. “Nos
vemos la próxima”.